SÉ BIENVENIDO



Carpe Diem! Aprovecha el día. No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido un poco más feliz, sin haber alimentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte, que es casi un deber. No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario... No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía sí pueden cambiar el mundo... Somos seres humanos, llenos de pasión.

La vida es desierto y también es oasis. Nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia... Pero no dejes nunca de soñar, porque sólo a través de sus sueños puede ser libre el hombre. No caigas en el peor error, el silencio. La mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes... No traiciones tus creencias. Todos necesitamos aceptación, pero no podemos remar en contra de nosotros mismos. Eso transforma la vida en un infierno. Disfruta el pánico que provoca tener la vida por delante... Vívela intensamente, sin mediocridades. Piensa que en ti está el futuro y en enfrentar tu tarea con orgullo, impulso y sin miedo. Aprende de quienes pueden enseñarte... No permitas que la vida te pase por encima sin que la vivas...

Walt Whitman

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lunes, 30 de noviembre de 2009

El caballero de la armadura oxidada



Quino
Hace ya mucho tiempo, en una tierra muy lejana, vivía un caballero que pensaba que era bueno, generoso y amoroso. Hacía todo lo que suelen hacer los caballeros buenos, generosos y amorosos. Luchaba contra sus enemigos, que era malos, mezquinos y odiosos. Mataba a dragones y rescataba a damiselas en apuros. Cuando en el asunto de la caballería había crisis, tenía la mala costumbre de rescatar damiselas incluso cuando ellas no deseaban ser rescatadas y, debido a esto, aunque muchas damas le estaban agradecidas, otras tantas se mostraban furiosas con el caballero. Él lo aceptaba con filosofía. Después de todo, no se puede contentar a todo el mundo.
Nuestro caballero era famoso por su armadura. Reflejaba unos rayos de luz tan brillantes que la gente del pueblo juraba no haber visto el sol salir en el norte o ponerse en el este cuando el caballero partía a la batalla. Y partía a la batalla con bastante frecuencia. Ante la mera mención de una cruzada, el caballero se ponía la armadura entusiasmado, montaba su caballo y cabalgaba en cualquier dirección. Su entusiasmo era tal que a veces partía en varias direcciones a la vez, lo cual no es nada fácil.
Durante años, el caballero es esforzó en ser el número uno del reino. Siempre había otra batalla que ganar, otro dragón que matar y otra damisela que rescatar.
El caballero tenía una mujer fiel y bastante tolerante, Julieta, que escribía hermosos poemas, decía cosas inteligentes y tenía debilidad por el vino. También tenía un hijo de cabellos dorados, Cristóbal, al que esperaba ver algún día, convertido en un valiente caballero.
Julieta y Cristóbal veían poco al caballero porque, cuando no estaba luchando en una batalla, matando dragones o rescatando damiselas, estaba ocupado probándose su armadura y admirando su brillo. Con el tiempo, el caballero se enamoró hasta tal punto de su armadura que se la empezó a poner para cenar y, a menudo, para dormir. Después de un tiempo, ya no se tomaba la molestia de quitársela para nada. Poco a poco, su familia fue olvidando qué aspecto tenía sin ella.
Ocasionalmente, Cristóbal le preguntaba a su madre qué aspecto tenía su padre. Cuando esto sucedía, Julieta llevaba al chico hasta la chimenea y señalaba el retrato del caballero.
- He aquí a tu padre - decía con un suspiro.
Una tarde, mientras contemplaba el retrato, Cristóbal le dijo a su madre:
-Ojala  pudiera  ver a padre en persona.
-¡No puedes tenerlo todo! - respondió bruscamente Julieta.
Estaba cada vez más harta de tener tan sólo una pintura como recuerdo del rostro de su marido y estaba cansada de dormir mal por culpa del ruido metálico de la armadura.
Cuando paraba en casa y no estaba absolutamente pendiente de su armadura, el caballero solía recitar monólogos sobre sus hazañas. Julieta y Cristóbal casi nunca podían decir una palabra. Cuando lo hacían, el caballero las acallaba, ya sea cerrando su visera o quedándose repentinamente dormido.

Un día, Julieta se enfrentó a su marido.
- Creo que amas más a tu armadura de lo que me amas a mí.
- Eso no es verdad - respondió el caballero - ¿Acaso no te amé lo suficiente como para rescatarte de aquel dragón e instalarte en este elegante castillo con paredes empedradas?
- Lo que tu amabas - dijo Julieta, espiando a través de la visera para poder ver sus ojos - era la idea de rescatarme. No me amabas realmente entonces y tampoco me amas realmente ahora.
- Sí que te amo - insistió el caballero, abrazándola torpemente con su fría y rígida armadura, casi rompiéndole las costillas.
-¡Entonces, quítate esa armadura para ver quién eres en realidad! - le exigió.
- No puedo quitármela. Tengo que estar preparado para montar en mi caballo y partir en cualquier dirección - explicó el caballero.
- Si no te quitas la armadura, cogeré a Cristóbal, subiré a mi caballo y me marcharé de tu vida.

Bueno, esto sí que fue un golpe para el caballero. No quería que Julieta se fuera. Amaba a su esposa y a su hijo y a su elegante castillo, pero también amaba a su armadura porque les mostraba a todos quién era él: un caballero bueno, generoso y amoroso. ¿Por qué no se daba cuenta Julieta de ninguna de estas cualidades?.
El caballero estaba inquieto. Finalmente, tomó una decisión. Continuar llevando la armadura no valía la pena si por ello había de perder a Julieta y Cristóbal. Click < Más.

Robert Fisher.

4 comentarios:

Lili.- dijo...

Máximo Décimo hace años leí este cuento que me parece de muchisima calidad. Aún hoy suelo sugerirlo a algunos pacientes, cuando rigidizan sus defensas al punto de perder su identidad.
El relato es ameno, profundo y da cuenta de lo que es un proceso terapéutico. Habla del dolor, desencanto, entusiasmo, temor y tantas otras emociones que van surgiendo en una terapia, en camino a la autenticidad.
Gracias por compartirlo!
Un beso desde la Bahía.-

Graciela Bello dijo...

Me ha encantado esta historia!
Y las has acompañado muy bien con la ilustración de Quino, un genio.
Pensé que el final sería dramático: creí que ese hombre no sería capaz de sacarse la armadura, ya casi era parte de sí mismo.
Felizmente el Amor lé dá el coraje necesario para quitarse la máscara.
Qué peso se habrá sacado de encima!
Ojalá siempre fuera así.

SIL dijo...

la vida consistía en el amor, y todo lo que la formaba lo era.//


GRACIAS, MANUEL.
GRACIAS, por transmitir tanto con esta publicación.
Es un cuento precioso, con mensaje al tono.
Besos, Gladiador.

Rembrandt dijo...

Hola Máximo!
Estuve muy ocupada estos días y alejada de la bloggosfera, pero por suerte me estoy poniendo al día.
No conocía este relato y me ha gustado mucho, si bien es algo tan obvio como deshacernos de nuestras defensas para acercarnos y permitir a los demás que se nos acerquen permitiendo que el amor fluya libremente y sin miedos,
me pregunto por qué será que a veces nos cuesta tanto liberar nuestros sentimientos?
Por suerte cuando eso ocurre nos damos cuenta que nos sentimos plenos y eso se contagia , lo transmitimos a quienes nos aman. Que más podemos desear?

Besos y voy hacia arriba .
REM